“La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos.” Karl Popper (1902-1994)
Actualmente vivimos en un mundo globalizado donde gracias a la tecnología para bien y para mal, tenemos acceso inmediato a una multiplicidad de datos, relatos, narrativas y discursos sobre distintos hechos y fenómenos, que circulan por diferentes medios de información. En este escenario de permanente intercambio, de relativismo extremo, carente de verdades absolutas, surge una confluencia de interpretaciones contradictorias en torno a hechos y problemáticas propios de tiempo presente, que hacen cada vez más difícil la capacidad de decidir en qué creemos. De igual manera dificulta la habilidad de distinguir entre lo “verdadero” y lo “falso”. En este contexto, la educación del siglo XXI, lejos de transmitir contenidos, debe estar encaminada al desarrollo de competencias que estimulen en pensamiento divergente, creativo, complejo y crítico. Este último, comprendido como una habilidad fundamentalmente racional, no fortuita ni casual, que dispone de la razón como principal herramienta efectiva para su propósito: decantar aquellos juicios que son éticamente “justos”, “correctos” y “verdaderos” lejos de dogmatismos (Alec Fisher, 2011). En este sentido se puede afirmar que el desarrollo del pensamiento crítico favorece la construcción de paz, ya que posibilita la comprensión de fenómenos sociales complejos, promueve la reflexión sobre distintas perspectivas, lo cual crea empatía, tolerancia, entendimiento en la diferencia, es decir que estimula la construcción de consensos dentro de los disensos.
El desarrollo del pensamiento crítico, entendido como un proceso cognitivo de carácter racional, reflexivo, lógico y analítico, orientado al cuestionamiento sistemático de la realidad y del mundo (John Butterworth y Geoff Thwaites, 2013), se constituye según la Universidad de Cambridge como uno de los pilares fundamentales de la educación global presente. La raíz del término “crítico” tiene su origen en el griego antiguo Kritikos que significa ser capaz de juzgar, evaluar, discernir o decidir. De tal manera, se aleja de la connotación simple del acto de criticar, ligada a la acción de encontrar fallas o expresar una opinión de desagrado frente a un fenómeno o elemento mundo (John Butterworth y Geoff Thwaites, 2013). El significado más amplio de la palabra “crítico” hace alusión a la capacidad de establecer un juicio “justo” y objetivo basado en la evidencia y el análisis lógico sobre un fenómeno o elemento determinado. Si el pensamiento crítico se resumiera únicamente a la acción de emitir juicios basados en la opinión subjetiva, cualquier individuo podría hacerlo sin la necesidad de un entrenamiento o práctica especializada. Sin embargo, la capacidad de emitir juicios críticos, va más allá del simple acto de expresar una opinión, preferencia o gusto. Un juicio crítico parte de la base de conocimiento riguroso, exploración de multiperspectivas y experticia en un campo.
Para promover el desarrollo de esta competencia intelectual y reflexiva es necesario estimular en los estudiantes, desde temprana edad, un conjunto de sub-habilidades de pensamiento tales como la evaluación, el análisis, el razonamiento lógico entre otros, para que puedan llegar a construir conclusiones válidas, posturas objetivas y razonables sobre los fenómenos y problemáticas de mundo presente. La enseñanza de estas habilidades en la escuela básica, representa grandes desafíos en el proceso de enseñanza-aprendizaje ya que apunta al cambio de roles propios de la “educación tradicional” entre maestros y estudiantes. En primera instancia el profesor debe encaminar sus esfuerzos didácticos y su ejercicio pedagógico en enseñar cómo y no en qué pensar, de otro lado los estudiantes deben aprender a ser independientes y autónomos en la búsqueda de conocimiento, lo cual representa trabajo, responsabilidad y esfuerzo de ambas partes. Uno de los principales retos en relación con la enseñanza del pensamiento crítico radica en tratar de cambiar la forma en la cual pensamos. Es decir que favorece el pensamiento reflexivo y flexible, sujeto a permanente cambio, ya que parte de la duda, de las preguntas y de la activa interpretación y reinterpretación de los hechos, en esta dinámica el sentido de los hechos es un lugar de debate permanente y no de certezas absolutas.
En el contexto global según la agenda del 2030 que marca la pauta de desarrollo sostenible propuesto por el programa de las Naciones Unidas “para construir un mundo más justo y equitativo para toda la población, además de velar por el medio ambiente” (UNDP 2015), la construcción de paz, es uno de los 17 principales objetivos. De igual manera en el ámbito nacional la educación para la paz, es una de las directrices del Ministerio de Educación Nacional según el decreto 1038 de 2015, que reglamenta de cátedra de la paz en Colombia. En él se define la educación para la paz como, “la apropiación de conocimiento, competencias ciudadanas para la convivencia pacífica, la participación democrática, la construcción de equidad, el respeto por la pluralidad, los derechos humanos y el derecho internacional humanitario”. En tal virtud la educación del siglo XXI, más allá de los discursos coyunturales del momento, debe optar por la construcción de sujetos capaces de comprender, evaluar críticamente evidencias y tolerar la posibilidad de multiplicidad de discursos en función de un mismo hecho. Necesitamos personas que le apuesten a desdibujar verdades dogmáticas y que puedan debatir abiertamente desde el respeto, la tolerancia y la empatía por los otros. Que quienes piensan distinto se puedan comprender y respetar dentro de la diferencia. Es desde el debate donde se puede decantar, aprender a buscar argumentos y a repensarlos. El ejercicio de ponerse en el lugar del otro, crea entendimiento en la diferencia, búsqueda de consensos, de lugares de convergencia, lo cual contribuye de manera significativa a la construcción de paz.
A manera de conclusión, el desarrollo del pensamiento crítico en la educación básica y superior, es una herramienta clave para la construcción de paz en la medida en que logra desinstalar el campo práctico del “enemigo” del “otro diferente “y le apuesta a la comprensión dentro de la alteridad. La creación de aulas móviles y activas donde se fomente y propicie un debate permanente orientado a la dinámica proceso-debate-reflexión, contribuirá a la configuración de sujetos políticos activos capaces de participar en la toma de mejores decisiones a futuro.
Entendiendo que uno de los cometidos de la educación para la paz, es la reconfiguración de las relaciones entre ciudadanos, donde se propicie la vivencia de los valores que se desprenden de los derechos humanos, la participación democrática, la prevención de la violencia y la resolución pacífica de los conflictos, nada mejor que, focalizar esfuerzos pedagógicos encaminados a la construcción de jóvenes con agencia política transformadora capaces de buscar soluciones frente a problemáticas locales y globales, dispuestos a innovar, trascendiendo errores del pasado, en aras de construir un mundo más incluyente, equitativo y justo para todos.
Catalina Murgueitio
Jefe de departamento de Ciencias Sociales del Colegio San Jorge de Inglaterra y profesora de Global Perspectives. Historiadora. PhD y Magíster en Historia. Especialista en Educación Bilingüe. Experiencia de más de doce años en educación e investigación en el área de Ciencias Sociales.
Bibliografía
Butterworth and Geoff Thwaites (2013), Thinking skills and problem solving, Cambridge University Press.
Fisher Alec (2011) Critical thinking. An Introduction, Cambridge University Press.
Puchta, H. na d M. Willams (2011) Teaching Young Learner to think, Heibling Languages.
DECRETO 1038 DE 2015, (Mayo 25), Por el cual se reglamenta la Cátedra de la Paz En: http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=61735
Centro de noticias de ONU En: http://www.un.org/spanish/News/story.asp?NewsID=34141#.Wgn_MLpFyUl